Creada en 1948 a la sombra de la recuperación europea de posguerra, la
Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) celebra este año su
70 aniversario. Al año siguiente, el economista argentino Raúl Prebisch encabezó
y potenció esta comisión al publicar el llamado Manifiesto latinoamericano donde expuso el cambio de dominio del escenario
internacional y la dinámica económica entre el centro y
la periferia latinoamericana. De este modo, daría inicio al cepalismo -conocido
posteriormente como Estructuralismo latinoamericano-, un enfoque que creó
teoría y práctica para la política económica y que se posicionó en el núcleo de
debate de las ciencias sociales en América Latina.
Para muchos intelectuales que participaron activamente de este
organismo, como Celso Furtado, aquel documento fue un verdadero “grito de
guerra” enfrentado a los conservadores de la región, aunque para los sectores
de izquierda constituyó una agencia de difusión de la teoría del desarrollo planeada
en los países centrales. Según el
economista chileno Osvaldo Sunkel, esta corriente disputó el saber y hacer
económico con diversos marcos teóricos (marxistas, neoclásicos y el
keynesianos), dando como resultado una teoría específica que contabilizó en sus
inventarios al método histórico-estructural, el enfoque centro-periferia, la
tendencia a la caída de los términos de intercambio y las técnicas de análisis
y proyección para la promoción de la industrialización, entre otros. En sus
primeras décadas, la CEPAL formó un enfoque identitario al señalar las
condiciones asimétricas de difusión del progreso técnico entre regiones,
orientado a la comprensión de espacios subordinados en la circulación del poder
internacional. Se enfrentó tempranamente al Monetarismo a través del debate
sobre la estabilización, la programación del desarrollo y la teoría de la
inflación estructural.
En el medio de las miradas de la emancipación y la dependencia ideológica,
el Estructuralismo cepalino recibió duras críticas durante los años 60 que diseminaron
su influencia. La transición entre el período de la industrialización por parte
del Estado y el período de las reformas de mercado estuvo mediada por la crisis
de la deuda latinoamericana, cuya violencia minó la tendencia del crecimiento
en la región y torció los enfoques originarios. Entre los años 80 y 90 estos
cambios no solo le bajaron el volumen al “grito”, sino que en muchos casos acompañaron
al discurso neoliberal dominante. Los procesos de desindustrialización,
apertura económica y la caída del muro de Berlín y de la U.R.S.S. contribuyeron
al cambio de la fisonomía de sus publicaciones. No obstante, las diferentes trayectorias
políticas, de los modos de desarrollo en América Latina y contexto mundial de
la primera década del siglo XXI contribuyeron a una renovación del pensamiento cepalino,
el ahora denominado, Neoestructuralismo.
Contra la Gran Moderación
Los economistas neoliberales que pregonaron el fin de las crisis desde
fines de los años 70 escribieron el preludio del fin de la historia de Francis
Fukuyama. El neoliberalismo se presentó no sólo como el estadio final del
capitalismo sino -sobre todo- como un estadio estable, una metáfora del steady state de los modelos de crecimiento
económico de los años 50, aquel estado donde el cambio es marginal y en una
misma dirección. Antes de la crisis del 2008, esta idea de estabilidad agregada
fue difundida por el ex economista jefe del FMI, Olivier Blanchard y bautizada en
2002 como La Gran Moderación por el
economista de Harvard, James Stock. El saber convencional de la academia
mantuvo sus convicciones de que en un mundo donde los incentivos monetarios
estuvieran alienados con la estabilidad global; era un mundo estable. Y en todo
caso, si se desestabilizaba, sería consecuencia de un desorden en el diseño de
los incentivos.
Los cambios ocurridos a partir de la crisis del 2008 alentaron una
crítica de diversos frentes al consenso sobre estabilidad macroeconómica y de las
finanzas internacionales, y precipitaron una nueva estrategia para la región. En
su reciente libro Neoestructuralismo y
corrientes heterodoxas en América Latina a inicios del siglo XXI, la CEPAL estructuró
sus ideas y las puso en diálogo con otras corrientes del pensamiento económico
heterodoxo (como la poskeynesiana, regulacionista, institucionalista,
evolucionista, marxista y radical) con el objetivo de influir en las decisiones
de política económica que se toman en las esferas estatales. Se distanció de las
visiones dominantes en varios sentidos, pero principalmente porque no apeló
conducta individual de los agentes como elementos fundamentales de la regulación
sistémica, sino que incorporó una dimensión institucional, ordenadora de
comportamientos en el ámbito de la meso-economía y desarrolló esquemas
macroeconómicos para las explicaciones de los ciclos en América Latina. A las
viejas ideas sobre la estructura observada sobre la densidad de la matriz
insumo-producto, le agregó la centralidad de la política industrial y la
gestión del ciclo económico a través de políticas fiscales y monetarias
estudiadas específicamente para -y desde- estas latitudes.
Es muy probable que la CEPAL siga siendo receptora neta de críticas,
aunque con menor atención que hace 70 años. Probablemente le valgan muchas de
ellas por su falta de oportunidad para incorporar al análisis las configuraciones
de poder fuera del ámbito de meros agentes, aunque difícilmente podría ser de
otra manera, dado que el discurso gravita en el ámbito de la Organización de
las Naciones Unidas. De lo que quedan pocas dudas, es que emite un mensaje de
fuerte oposición a la ortodoxia identificada en los discursos teóricos de la
academia estadounidense y las políticas y diagnósticos que promueven otros
organismos multilaterales, como el FMI y el Banco Mundial. De este modo,
habilita un espacio de debate sobre prescripciones políticas y legitima varias críticas
al mainstream con un impacto que difícilmente
se logre desde otra institución. Tal vez, en todos estos años la construcción
de este espacio y las épocas de fomento al pensamiento crítico hayan sido la
mayor contribución de la CEPAL a la región.
Mariano
Arana y Alan Cibils[1]
[1] Investigadores docentes del Área
de Economía Política, Instituto de Industria, Universidad Nacional de General
Sarmiento.