Cuando Keynes publicó en 1936 su Teoría General…, las primeras reacciones
vinieron del corazón de la academia dominante. Ese mismo año Jacob Viner, un
economista de Chicago, dirigió una réplica hacia esas ideas desordenadas pero
poderosas que venían a anunciar el fracaso del libre mercado y la eutanasia del
rentista. Mediante una aproximación teórica, Viner aseguraba que los mercados
estaban diseñados para distribuir los recursos de forma eficiente. Su texto
parecía querer eliminar el daño que Keynes había hecho a la ortodoxia
clásica. Sin embargo el desorden mundial
provocado por la primera guerra mundial, la revolución bolchevique, la gran
depresión y el abandono del patrón oro, en un contexto de cambios de las formas
de producción y hostilidad comercial entre Estados, fue mucho más fuerte que el
discurso liberal-conservador. Los hechos señalaban como hipócritas a estos
defensores del statu-quo. De modo que el mundo occidental prefirió soportar
estos cambios que correr el riesgo de someterse al comunismo.
Hacia 1930 fue el mismo Keynes en un
artículo llamado Las posibilidades
económicas de nuestros nietos quien nos había advertido que
“…por lo menos
durante otros 100 años debemos fingir nosotros y todos los demás que lo justo
es malo y lo malo es justo; porque lo malo es útil y lo justo no lo es. La
avaricia, la usura y la cautela deben ser nuestros dioses todavía durante un
poco más de tiempo, pues solo ellos pueden sacarnos del túnel de la necesidad
económica y llevarnos a la luz del día.”
En los comienzos de la última crisis
económica mundial muchos pensaron que tal vez esa profecía se cumpliría hacia
2030, que tal vez estábamos en un punto de inflexión de aquella revancha de
clase de mediados de los años 70s, que tal vez esa prepotencia del capital se
deterioraría y el rentista preferiría retirarse a que lo retiren. Nada de esto parece
estar sucediendo. Por el contrario, los acontecimientos recientes en materia de
deuda externa pública de Argentina muestran una prepotencia potenciada, tanto
que hasta una parte importante de los conservadores en nuestro país apoya el
reclamo soberano. El incremento de las deudas públicas de los países centrales
y las periferias europeas para salvar al sistema financiero junto a las voces
de austeridad en el resto de los gastos, hace parecer a la última crisis como
un simple espasmo.
Casi a modo de farsa, Gregory Mankiw, un
economista del top 10 en ventas de manuales de economía en la academia mundial
y ex-presidente del consejo de asesores de George W. Bush, se proponía hacer
una defensa del capital concentrado en Wall Street mediante la publicación de
un artículo titulado -nada más ni menos que- Defendiendo al 1%. La crítica que agitó Mankiw se dirigía a las propuestas
redistributivas de Joseph Stiglitz hacia el 1% de los sujetos más ricos en
EE.UU. El contenido teórico y estadístico del artículo no tuvo mucho que hacer
comparado al de Viner, pero el mensaje fue mucho más claro y el contexto le permitió
argumentar su defensa sin ponerse colorado: hay que rescatar al 1% de los que
más concentran ingresos en EE.UU. porque es la forma eficiente y justa que este
sistema tiene para desarrollarse.
Desde 1936 el mundo no ha tenido nada
similar a lo sucedido entre las dos guerras mundiales. Por el contrario, los
gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, la caída del muro de Berlín, la
disolución de la URSS y el ingreso de China a la Organización Mundial del
Comercio, muestran que una parte importante de la academia no está dispuesta a
aceptar blasfemias y, como mucho se permite escuchar de vez en cuando a algún hereje
(como es el caso reciente de Thomas Piketty).
A poco de los 100 años de la premonición de
Keynes, los rentistas aparecen recargados y no hay señales que quieran abandonar
este mundo.
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