A mediados del siglo XX se produjo un consenso generalizado sobre la falta de economistas formados para los tiempos de posguerra. Las ideas nuevas sobre el desarrollo económico y el keynesianismo fueron las plataformas de demanda profesionales idóneos para gestionar el ciclo económico en América latina y en los países centrales, respectivamente.
En 1948 se creó por primera vez la Licenciatura en Economía en la Universidad de Buenos Aires en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE-UBA). Esta Facultad –se dijo– no había contribuido al progreso de la teoría económica nacional debido a la falta de economistas. Las especializaciones propuestas dieron cuenta de los perfiles buscados. Entre ellas se encontraban el economista de “Estado”, el de “Empresa”, el “Puro”.Por diversas razones, el plan creado en 1948 no se hizo efectivo. Cinco años después se instrumentó otra licenciatura donde estudiaron muy pocos y con contenidos no muy diferenciados de los Contadores Públicos, hasta que en 1958 la FCE-UBA volvió a disponer de un plan de estudios para formar economistas modernos. Aquel plan tuvo una influencia anglosajona importante, y ciertamente abrazó al paradigma modernizador, sin embargo, el enfoque universalista extranjero se combinó con ideas del estructuralismo latinoamericano reciente. El resultado fue un perfil de economista conocedor de las teorías dominantes de las hegemonías en transición y de las contribuciones de las formaciones sociales soviéticas, pero también, de los principales problemas regionales y locales. Un estudiante de aquel tiempo conocía los instrumentos de gestión económica, su territorio y podía elegir especializarse en los distintos sectores de la producción. Los economistas de la UBA tuvieron los instrumentos elementales para oponerse al creciente monetarismo dominante que había desembarcado en otras universidades argentinas hacia 1962.
Esa llamada edad dorada de los economistas no duró mucho. Pocas décadas después habían pasado de ser parte de la solución a contribuir al problema. En los años ochenta, Wassily Leontief –el creador del Análisis Económico Input-Output– realizó una pequeña investigación sobre artículos publicados en las principales revistas científicas de economía y decidió dejar de publicar luego de encontrar en la American Economic Review –la revista más consultada de la economía moderna– una investigación empírica que buscaba demostrar la aplicabilidad de la teoría del consumidor para predecir comportamientos de las palomas. El artículo lleva el payasesco título de “Income-Leisure Tradeoffs of Animal Workers”.
En pocas décadas los economistas pasaron de ser escasos a abundantes y, en lugar de concentrarse en pensar para la sociedad en la que vivían, empezaron a su solucionar sus propios excesos de oferta de mano de obra. De este modo cambiaron su lenguaje, haciéndolo poco accesible al resto de las ciencias sociales y crearon sus mercados de reputación con las baterías de premios en honor a algún difunto, sus rankings y sus exclusivas asociaciones profesionales. Hicieron de su disciplina el “método para fijar creencias” por excelencia y con ello legitimaron en una parte de la sociedad sus conocimientos expertos.
Esta reapreciación de los economistas pareció verse limitada por la última gran crisis económica mundial. Sin embargo, ya han pasado casi siete años y el conservadurismo en las ideas y la práctica siguen dominando el pensamiento económico. La burbuja de los expertos parece seguir su curso.
Los planes de estudio de educación superior para los economistas acompañan estas generales. En Argentina, como en tantos países, la creciente internacionalización de la profesión y su pretensión de universalidad fue moliendo los contenidos locales que se encontraban en los primeros planes de estudio. Si a mediados del siglo pasado lo moderno significó relegar el derecho, la contabilidad y la matemática en pos de profundizar la investigación y aplicación económicas, desde el neoliberalismo y sobre todo desde los infelices años noventa, la práctica modernizadora fue dejar de lado la historia, la geografía y la investigación.
En 2011 el entonces decano (y hoy rector) de la FCE-UBA, Alberto Barbieri, anunció que los docentes serían convocados a participar de los debates para una nueva reforma del plan de estudios. Hasta el 2012 el debate estuvo diluido entre convocatorias oficiales esporádicas y propuestas de borradores de sectores críticos de las autoridades. En un caso se habló de una simple actualización del perfil del graduado, en el otro caso de un cambio radical del plan de estudios. Ni una ni otra posición se materializó las expresiones recientes de las autoridades, que hacen pensar que, de existir un cambio, se conservará una parte importante del currículo de los economistas de la UBA y, por lo tanto, que seguiremos las prácticas del plan de estudios modernizador que se distrae con lo auxiliar y se concentra en lo irrelevante, que enaltece el retoque macroeconómico, con la ilusión, ya no de ser un economista “de Estado”, sino un analista de políticas públicas.
La universidad tiene la difícil tarea de construir contenidos significativos, de tomar la delantera en el cambio social, de dejar de mirar que es lo convencional, porque ello fracasó –no una, sino muchas veces–, para animarse a construir algo que tenga sentido para la sociedad, para los trabajadores y para los estudiantes. Es probable que la oportunidad de la efervescencia crítica generada por la última gran crisis esté perdiendo intensidad. El mundo está dejando de escuchar las voces alternativas y en América latina existe un freno al progresismo, cuando no un giro conservador. Notablemente el parco escenario mundial logra reafirmar las voces de la tradición. Esperemos que no sea demasiado tarde para cambiar.