miércoles, marzo 27

La Economía o el opio de los creyentes


Pero si la Economía es el opio de las almas religiosas, la principal crítica contra los excesos de los adictos a esa droga habría que enderezarla hacia quienes la fabrican…
Joan Robinson

 
A la Economía que ha dominado desde fines del siglo XIX hasta nuestros días se le ha denomina comúnmente Economía neoclásica. Dicho término se ha asignado a un marco teórico ni más ni menos difuso que el resto de los cuadros. Si nuestro propósito es realizar una crítica es preciso delimitar su contenido.
El término neoclásico resulta bastante inadecuado para darle un primer carácter a este cuerpo. Colander (2000) anunciaba la muerte de dicha Economía, no de su contenido, sino del término utilizado para designar las prácticas de cuerpo difuso en la actualidad. Aunque utiliza para ello otras nóminas no menos controversiales como Economía moderna[1] o economía del nuevo milenio. Dicho término es confuso, además, para a los nuevos ingresantes al estudio de nuestra disciplina. Por un lado generaliza la Economía nueva. De un lado, la contrapone a algo antiguo: clásica, marxista, institucionalista y hasta keynesiana. Por otro, si al filtrar lo novedoso se presupone que hemos filtrado los aportes antiguos, también lo novedoso viene a explicar algo corriente. Lo nuevo es por lo tanto lo válido[2].
Sin perjuicio de lo anterior, el término neoclásico vuelve a confundir anunciando una nueva Economía que conserva mucho más en su nombre de los clásicos que de lo nuevo, entonces, no resultará moderna, menos aún posmoderna, sino con fundamentos en un capitalismo distinto (el del siglo XIX). Sin embargo, en los hechos, la Economía neoclásica no ha conservado muchas cosas de los clásicos y hasta podríamos decir que han ignorado los aportes más significativos de aquella Economía Política del siglo XVIII y gran parte del XIX (Volveremos luego con un ejemplo en el caso del estudio del capital y la distribución de valores). ¿Cómo denominar entonces a este cuerpo dominante de la Economía?
Colander, Holt y Rosser (2003) hacen intentos de aclarar el uso de los términos: ortodoxia, mainstream y neoclásico, por separado. Al igual que otros trabajos relacionados, hacen caso omiso al proceso por el cual unos autores forman parte de la elite de la Economía. En cambio, se insiste en que el método utilizado es quien delimita la pertenencia. De este modo, se evita dar una discusión del proceso social por el cual algunos autores son premiados y otros discriminados de los recursos para investigación, premios, etc. (discusión investigada por Lee, 2009). Resulta notable que en los argumentos explicar por qué la Economía de elite está abierta a nuevas ideas se afirme que, pese a que se siguen usando modelos, su naturaleza ha cambiado incorporando los siguientes tópicos:
1)      La teoría evolutiva de los juegos está redefiniendo cómo las instituciones están integradas en el análisis.
2)      La economía ecológica está redefiniendo cómo se relacionan la naturaleza y la economía.
3)      Los aportes desde la psicología están redefiniendo cómo se trata a la racionalidad.
4)      Frente a las limitaciones de la estadística clásica, los estudios econométricos están redefiniendo cómo piensan los economistas de la prueba empírica.
5)      Teoría de la complejidad está ofreciendo una manera de redefinir la forma en que concebimos de equilibrio general.
6)      Las simulaciones por computadora ofrecen una forma de redefinir los modelos y cómo éstos se utilizan.
7)      La economía experimental está cambiando la manera economistas pensar en el trabajo empírico.
Es interesante que los términos, político, Estado, clase, conflicto, crisis, capital, poder y tantos otros relevantes no se asomen en esta reconfiguración. Por el contrario, podríamos decir que respecto a 1) acorde a la experiencia con el neoinstitucionalismo, ha incluido al Estado caracterizándolo funcionalmente como una organización con ventaja comparativa de la violencia que existe en la medida que pueda reducir los costos de transacción; el significado económico del Estado resulta el mismo que el de una empresa privada (Nieves San Emeterio, 2006, Pág 71). De este modo, no entusiasma mucho el hecho de cómo han incluido las instituciones aquellas teorías que buscan adaptarse al cuerpo dominante. Respecto de 2), es notable que la definición clásica de la Economía entre el hombre y la naturaleza, la escasez y la selección de técnicas y consumos sean las únicas que puedan modificarse significativamente para ser utilizada en los aportes hacia la ecología. Sin embargo, toda técnica y ciencia es política y la definición no escapa a ello, se requiere, de nuevo, un cambio radical en la concepción de la disciplina. El punto 3) es curioso que se exponga como una virtud el hecho de haber declarado que los seres humanos no somos racionales en las decisiones económicas luego de haberlo afirmado por decenas de años. Los clásicos no precisaron meterse en semejante embrollo, y, de hecho, la psicología, tiene similares problemas para conocer las conductas de los humanos. Lo notable es creer que ello forma parte del núcleo necesario de nuestro conocimiento. El punto 4) no es otra cosa que fundamentar más aun sus instrumentos de dominación simbólica. No resulta una novedad ya que viene sucediendo hace tiempo. Al menos, luego de las catástrofes evidenciadas por el uso de distribuciones normales en el cálculo de probabilidades de activos financieros, algunos han creído que hay cisnes negros, tormentas perfectas, etc. que sus modelos no alcanzan a visualizar, por ende son incompletos. No tengo mucho más que agregar aquí. En el punto 5) debemos preguntarnos ¿Qué pruebas existen que la Economía dominante adopte epistemologías de la complejidad? En caso que existan (tengo muchas dudas sobre dicha prueba), ¿qué tipo de teoría de la complejidad se está desarrollando? Y, teniendo presente los puntos 4), 6) y 7), ¿resulta contradictoria esta afirmación? 6) y 7) son hechos que ocurren en todas las ciencias y no forman parte de una opción científica sino de una necesidad. Es decir, si ahora podemos procesar millones de datos en segundos, almacenar durante varias generaciones de científicos datos de forma que hasta superan la capacidad de análisis, comunicar científicamente de forma inmediata un resultado interesante es una necesidad impuesta por el desarrollo de las fuerzas productivas, del cual, la misma ciencia compone, ahora bien, si esa difusión, esos datos y esos recursos los utilizamos para estudiar a la libertad de elección y la satisfacción de las palomas (ver nota), entonces la dirección y el contenido no nos llevarán lejos.
 
Dequech (2007), da jerarquía al término mainstream frente al de ortodoxia y ambos al de neoclásico[3]. El termino maistream refiere a un énfasis en el aspecto sociológico de la ciencia, es decir, que un cuerpo de teorías domine el saber requiere una explicación y el uso del término que designa esas teorías hace referencia a ello. Por otro lado, el término ortodoxia refiere a una sujeción de ideas, es decir pone énfasis en lo intelectual -en particular en este caso- asociado a la Economía neoclásica. Lo que el autor llama Economía neoclásica está compuesto por la combinación de las siguientes características: 1) el énfasis en la racionalidad y el uso de maximización de la utilidad como criterio de racionalidad, 2) el énfasis en los equilibrios y 3) el descuido del lugar de la incertidumbre.
Continúa aquí sin hacer hincapié en las categorías fundamentales y los objetos de la disciplina. La Economía no es la ciencia que estudia la racionalidad, o la incertidumbre de forma exclusiva, sino que son aspectos subordinados del estudio de los procesos de producción, distribución, cambio, consumo y con ellos sus categorías fundamentales como el valor, el capital, el trabajo asalariado, el dinero, etc. Es decir, que el objeto de estudio pone el límite a la caracterización de determinadas formas de hacer ciencia. En el caso neoclásico resulta esencial señalarlos acorde a la definición del objeto de la ciencia y la naturaleza de sus categorías, además de sus métodos.
Hay una realidad que discutir y se hace necesario disponer de ciertos parámetros sobre el estado de la Economía Política para pensar el porqué de su crisis. Este hecho, tan simple, tan evidente, que se encuentra en una mayoría de las disciplinas sociales académicas -la filosofía, sociología, psicología, historia, etc.- y que es, el estudio del desarrollo de sus aportes al conocimiento del ser humano, para nosotros -los economistas- nos resulta desdeñable. Es por ello que evitamos investigar con nuestros estudiantes de primeros años de qué viene la Economía Política. La historia del pensamiento económico es sino, el aspecto más desvalorizado de esos cursos iniciales.



[1] Existen publicaciones de autores no-neoclásicas con dicho término. El caso de la Introducción a la economía moderna de Joan Robinson y John Eatwell puede ser un buen ejemplo de ello.
[2] Mark Blaug afirma que debemos evitar “tomar la paja por el trigo y a pretender la posesión de la verdad cuando sólo poseen una serie intrincada de definiciones o juicios de valor disfrazados de reglas científicas. Sólo mediante el estudio de la economía moderna resulta posible darse cuenta de esta tendencia” (Blaug, Teoría económica en retrospección 2001, Pág. 784).
[3] Un economista del mainstream puede no sostener ideas neoclásicas y viceversa. Un economista neoclásico puede tener aspectos no ortodoxos y viceversa.

sábado, marzo 16

Una, dos, tres,…crisis de la Economía

No es extraño que los ricos se hayan estado haciendo más ricos en los últimos cuarenta años, mientras que la gente normal ha estado recibiendo una fracción decreciente del pastel económico.
Paul Samuelson

La Economía Política es una ciencia social que ha pasado por diversas crisis. Joan Robinson, señalaba que la primera de esas crisis, en 1930, había sido consecuencia de su imposibilidad para explicar el nivel de empleo y que la segunda crisis, a principios de la década de 1970, había sumado los problemas para explicar su contenido (Robinson 1984). Las crisis del neoclasicismo y de la ortodoxia keynesiana respectivamente. Lo llamativo de la crisis actual es que ha sumado las tremendas ingenuidades de ambas crisis anteriores y se ha manifestado no sólo incapaz de explicar el nivel de empleo, su forma y su contenido, en sentido de su esencia, sino que ha hecho esfuerzos para desechar importantes contribuciones generales al ámbito de las ciencias sociales. Al neoclasicismo lo trasformó el keynesianismo y a éste lo combatió el monetarismo fusionado con otras teorías no contestatarias del status quo neoliberal que impera en el mundo desde esa segunda gran crisis (Política nuevos clásicos, neokeynesianos, etc.). Pero las crisis de la Economía no comienzan en la crisis económica más profunda del siglo XX, sino en el período de su gestación formal entre Adam Smith y John Stuart Mill desde fines del siglo XVIII y principios del XIX, que es precisamente el período de separación analítica del ámbito de la Economía Política. Parece claro que para el propio Marx su Economía Política (la de Ricardo y J. S. Mill) también estaba en crisis. Pero hemos de señalar que el mismo Simonde de Sismondi había entrado en crisis con su Adam Smith, es decir, con su interpretación de dicho autor. Debemos señalar que las concepciones sociales de Robert Owen (y los Socialistas Ricardianos) entraban en conflicto con su David Ricardo y que todo el sistema clásico de la Economía Política entraba en conflicto con otras ciencias sociales, no solamente en la disputa sobre la sociedad futura sino en las explicaciones sobre la presente[1].

Resulta llamativo que intelectuales como Piero Sraffa hayan señalado que era necesario volver a ese estado curricular de los fisiócratas, los clásicos y Marx, al apuntar de este modo una forma de hacer Economía Política observando el excedente y las clases sociales, aunque hoy esté casi desaparecido a los estudiantes iniciales y que pueden ellos mismos comprobar estudiando cualquier otra disciplina social que no fuera la Economía[2]. La nostalgia de Sraffa es comprensible en el lugar y el momento que piensa. La nueva ortodoxia se estaba desarrollando (primera mitad del siglo XX) y era lógico, pues, que se observara con buenos ojos las fundamentales -aunque no abismales- diferencias existentes en los otros subsistemas de Economía Política, las discusiones sobre el excedente y las relaciones de clase. Claro que Marx no es (pese a ser llamativamente asociado en la literatura) un ricardiano de ninguna índole. Sin embargo, las distancias permitían el diálogo a través de sus textos[3]. Hoy no podemos asegurar que suceda algo parecido. A diferencia de aquellas crisis teóricas, los que entran en crisis teóricas actualmente han decidido –de momento- no salirse demasiado de sus carriles y ello es algo que requiere una explicación que va más allá de las virtudes de sus ideas.

Podemos decir que la Economía Política no fue jamás una ciencia homogénea (aunque así se presente), siquiera las llamadas escuelas dentro de dicha disciplina comparten los mismos principios (el caso que David Ricardo sea un crítico de Adam Smith no lo excluye de formar parte del mismo espacio histórico). En segundo lugar, es interesante notar que las dos crisis de la Economía Política señaladas por Robinson (la del período de entreguerras y la del fin de la edad de oro), junto a nuestra actual y tercera crisis, comparten un espacio teórico, es decir, se han dirimido entre el neoclasicismo de principios de los años 30s, entre las síntesis del keynesianismo y derivados del período de posguerra y al monetarismo asociado correspondiente al neoliberalismo[4]. En tercer lugar, la crisis mundial muestra la crisis de las explicaciones dominantes sobre el curso de la historia económica. Esas son las crisis que cuenta Robinson y que actualmente estamos transitando. No es que otros marcos teóricos queden intactos (son notorias las crisis del marxismo y del keynesianismo de izquierdas), pero si dichas aproximaciones teóricas rara vez se nos presentan en la academia, menos aún se nos presentarían como los únicos marcos teóricos válidos.



[1] Podría ser el caso del Conde de Saint Simon y Pierre Joseph Proudhon entre otros fundadores de disciplinas sociales.
[2] Resulta evidente comprobar que la categoría clase social le es familiar desde el estudiante de sociología, ciencia política, hasta al estudiante de psicología, aun así, al economista le es indiferente.
[3] Tanto es así, que aún hoy, a muchos estudiosos desconcentrados se le escapa anunciar a Marx como un integrante más del grupo de los clásicos.
[4] Las llamadas revoluciones keynesianas y contra-revoluciones deben ser puestas en duda, la Economía Política debe ir más allá de Keynes si pretende adjudicarse alguna virtud en cuanto al conocimiento humano.

lunes, marzo 4

Nueva, moderna, ortodoxa y dominante

No existe tal cosa como la sociedad, sólo hombres y mujeres como individuos…y familias.
Margaret Thatcher
 
Caracterizar a la Economía que domina resulta una tarea intelectual peligrosa. Si bien la postura de este texto apunta precisamente en sentido contrario, al señalar que no es posible comprender el estado del conocimiento económico mediante definiciones, es por ello que alentamos al lector que no ha hecho ese camino a recorrerlo. Si embargo se hace necesario formular ciertas variables y parámetros cuando hablamos del dominio de una ciencia. Recortemos un poco el espectro y hablemos de la Economía que domina en los cursos iniciales (es mi opinión, además, que en los cursos se presenta de forma mucho más ingenua de lo que realmente es, sin embargo, los fundamentos esenciales del marco teórico se siguen sosteniendo en el ámbito profesional).
Lavoie (2004) señala como características esenciales del programa neoclásico a: una epistemología instrumentalista, una ontología individualista, una racionalidad sustantiva, un foco de análisis en el cambio y la escasez y un núcleo político en el mercado libre. Las características centrales están asentadas en el individualismo metodológico, un comportamiento hedonista soportado por la racionalidad del homo economicus necesarios para los cálculos de optimización (maximización de utilidad, ganancias, minimización de costos, etc.), un núcleo económico basado en el cambio y el consumo, debido a que, en última instancia, el fundamento del capitalismo es la satisfacción de las necesidades del hombre y cuyo núcleo político se encuentra en el mercado de forma casi exclusiva. Es decir, el hombre racional, al que estudiamos a partir de sus determinaciones como individuo, cuyo comportamiento acordamos comprender y cuya dirección sistémica (sociedad civil y política) recortamos estudiar, cortando sobre lo recortado: al mercado. Eludimos pensar de este modo, que el sujeto se encuentra en sociedad y con ello toda la discusión metodológica sobre el todo y la parte. Olvidamos que las relaciones básicas fundantes de nuestra sociedad capitalista se basan en el trabajo asalariado, la moneda y el Estado, todas ellas relaciones sociales esenciales incluso para comprender los modos de intercambio.
 
Colander afirmaba que no es el contenido aquello que separa las aguas entre el neoclasicismo y el mainstream actual, sino su método (Colander, 2000, pág. 137). Ello no muestra sino aspectos marginales de la cuestión de fondo, la epistemología y ontología de tradición neoclásica no está puesta en riesgo porque los modelos económicos modernos estén orientados a explicaciones parciales ad hoc en lugar de buscar determinar las condiciones del equilibrio general. De hecho no hay un cambio profundo en el método. El uso de modelos matemáticos desde el individualismo metodológico para la explicación de la realidad histórica es parte del centro de la cuestión, la comprensión del contenido (valor de uso, valor de cambio, excedente, etc.) es otro aspecto central. Por otro lado, si bien su planteo anuncia la muerte del término neoclásico para la definición de la Economía moderna, sin embargo resulta interesante comprobar cómo los autores que se separan en sus modelos ad hoc de la Economía neoclásica, producen manuales que reproducen esas formas en la academia.
 
Pretendo representar un ejemplo del cómo, aunque también ensayar un porqué, cierta nostalgia respecto al programa clásico –o, como llama Lavoie, post-clásico- de investigación, puede tener una explicación racional aún. Traigamos a discusión el famoso flujo circular de la renta que existe en casi todos los manuales iniciales de Economía, desde Mankiw, Samuelson, Frank y Bernanke, Stiglitz, hasta Krugman (además de las versiones locales). Dicho esquema pretende representar las transacciones económicas en formas de flujos monetarios (dinero) que expresa pago bienes y servicios (el trabajo, los servicios del capital, el arriendo de la tierra o simples mercancías, es decir, su compensación real). Dicho esquema nos simplifica (sintetiza, abstrae, etc.) de dos dimensiones básicas de la Economía Política: el excedente y las clases.
 
Los fisiócratas habían diseñado un flujo llamado Tableau économique para situar el excedente como objeto de estudio de reparto entre distintos grupos sociales. La Nación se componía de tres clases, la productiva que hacía renacer las riquezas de dicha nación, la clase propietaria comprendida por el soberano y los poseedores de tierras, y la clase estéril que comprendía todos los trabajos distintos a la agricultura, cuyos gastos son pagados por la clase productiva y por la clase de propietarios, quienes a su vez, extraían sus ingresos de la clase productiva. Se habían preocupado por la creación y distribución de ese excedente, lo que llamaron producto neto (produit net).
 
En la actualidad, Mankiw explica el diagrama o modelo de flujo circular cuya abstracción –aclara- sólo permite incluir a dos tipos de tomadores de decisiones -empresas y hogares. “Las empresas producen bienes y servicios que utilizan insumos, tales como mano de obra, tierra y capital (edificios y maquinaria). Estas entradas son llamadas factores de producción. Los hogares poseen los factores de producción y consumo de todos los bienes y servicios que las empresas producen.” [La traducción es mía] (Mankiw, 2011, Pág. 24).
 
La deformación del instrumento analítico del flujo circular de la renta en los manuales modernos refleja la forma en que ello aparece y es transmitido como una verdad del sentido común. Existen tres organismos: empresas, familias y Estado (a veces excluido del análisis). Las familias de forma genérica, sin especificar su composición de clase eligen vender a las empresas, alguno de sus tres factores potenciales creadores de valor. Ellas eligen qué comprar y a qué precios cuando producen, para que las familias deban elegir la combinación de bienes que los hará más felices. Sin clases, no hay conflicto. En rigor, el conflicto se traduce en qué elegir.
 
El caso muestra algo que ha sido un hecho estilizado en la Economía Política: explicar la función de clase de forma funcional. Se han asociado las clases productivas a las formas de reparto de la riqueza social. Para el caso de los fisiócratas era bastante natural identificar a mediados del siglo XVIII, previa revolución política e industrial, a los propietarios y trabajadores de los medios de producción dominantes (agricultura) con las clases productivas. De forma similar podíamos comprender porqué la Economía se empeña en desfigurar el carácter productor del trabajo asalariado respecto a los propietarios de medios de producción poniéndolos a todos en el mismo plano. Al ser los hogares la unidad de análisis principal, la dimensión de clase desaparece, un hogar puede ser (en el esquema enseñado) propietario de tierras, capitales o trabajo indistintamente. Es más, el capital -se dice- es representado por edificios y maquinaria. Cualquiera que posea un edificio o una maquinaria o instrumento similar será entonces un poseedor de capital. Su ingreso se mide en forma hogareña o personal[1] de cada uno de sus integrantes y su consumo aparece medido de forma agregada.
 
Lo que acusa este ejercicio es la eliminación de las relaciones de clase en el seno del objeto de la Economía, no obstante, existen varios aspectos similares en relación a otras categorías fundamentales.
 
¿Resulta paradójico que el flujo sea una idea transformada de los fisiócratas? Margaret Thatcher nos orienta en al respuesta.



[1] Una de las medidas de desigualdad publicadas por las cuentas nacionales parte de estas categorías fundamentalmente (tabla de Ingresos según la EPH del INDEC). Es notable que tampoco las cuentas nacionales nos permitan estudiar la concentración de consumo por parte de dichos agentes.